La historia de Vilma, de Bariloche a La Plata huyendo del horror

Jueves 25 Abril, 2024

La historia de Vilma, de Bariloche a La Plata huyendo de la violencia machista

Lunes 12 de Junio de 2017

Llegó a La Plata desde Bariloche escapando de un esposo violento. Tiene dos hijas, una de ellas con parálisis cerebral. Pide ayuda: busca trabajo.

De sus 43 años de edad, Vilma Kabara vivió 42 en Bariloche, en la provincia de Río Negro. Sin embargo, desde hace 4 meses, reside en La Plata, ciudad a la que llegó escapando del infierno que vivía con su marido. Cansada de los insultos, el hostigamiento y la violencia económica, Vilma decidió atravesar los más de 1.600 kilómetros de distancia entre un lugar y otro para cambiar su vida. Así fue que eligió esta ciudad porque aquí vive -desde hace un año- su hija mayor, Yamila (19), quien estudia ingeniería en la UNLP. Su hija menor, Nahiara, tiene 12 años y padece parálisis cerebral con hipotonía muscular.

Vilma llegó a La Plata junto a Nahiara el 7 de febrero de 2017. Sobre el momento en que tomó la decisión de dejar atrás el calvario de su matrimonio, cuenta: “Hacía tiempo que me quería ir de Bariloche, por un montón de situaciones de violencia económica, de violencia familiar. La verdad que es una situación psicológica muy grave, es muy difícil lo que pasé, y si no me iba de Bariloche no lo iba a poder superar. Como mi hija se vino a estudiar a la UNLP el año pasado, me dio la excusa perfecta para decir ‘bueno basta, me voy para allá”, relata a Infoplatense.

La conversación con Vilma transcurre a media mañana, en la casa que alquila en 12 entre 43 y 44. Nahiara también está presente porque no tuvo clases. Pese a que su relato es crudo, jamás pierde la calma ni eleva el tono. Sin embargo, su voz suena firme. Sabe – y lo dice- que “aunque tenga que vivir debajo de un árbol” no va a volver “a estar con él”.  Según detalla, fue su hija mayor quien consiguió la vivienda que, por estos días, están costeando con la pensión de discapacidad que la familia recibe por Nahiara.

La casa está visiblemente desmejorada, con manchas de humedad y sin calefacción. Además, Vilma se vio obligada a improvisar un dormitorio para la niña en un rincón de la planta baja, debido a que el cuarto está arriba y Nahiara utiliza una silla de ruedas. Es por eso que Vilma dice: "Yo necesito un trabajo y mudarme a un lugar mejor. En esta casa hay mucha humedad, está totalmente rota, el dueño nos la alquiló así para que sea barato, porque si la arreglaba nos tenía que cobrar el doble”.

A pesar de la falta de acceso a la vivienda y pese a no contar con un trabajo que le permita satisfacer las necesidades de la familia debidamente, Vilma asegura: “me gusta estar acá, lejos de Bariloche, lejos de mi marido. Estuve viviendo muchos años en medio de la violencia familiar. Hace 26 años lo conozco y siempre fue así. Las cosas nunca cambiaron, siempre emporaron. Así que un día dije ‘basta’, la única forma de separarme va a ser yéndome. Él me agredía a mí y a mis hijas psicológicamente”, describe Vilma rememorando aquellos años de sufrimiento. Tras hacer una pequeña pausa, agrega: “también ejercía violencia económica: me decía, ‘sin mí ¿adónde vas a ir?’. Era un celoso enfermo. Todo lo molestaba, que si me vestía bien, que si me llegaba un mensaje. Era una cosa permanente, muy pesada. Me amenazaba económicamente, me decía ‘si no fuera por mí, ¿qué van a comer? ¿qué vas a hacer allá si no te mando plata? Vas a terminar volviendo’”. Pero Vilma no volvió.

La mujer pide un trabajo. Quiere ganarse el sustento para ella y sus hijas. “Sé de costura, trabajé en una pizzería; allá en Bariloche trabajé de chofer, tengo carnet profesional para manejar, hice un curso de primeros auxilios. Y aunque no tengo título, con toda la experiencia que tengo con mi hija, sé mucho del cuidado de niños especiales”. Así enumera sus cualidades. Esas son sus herramientas. Se permite bromear y dice que sabe “de todo un poco”. Y espera que lo aprendido la ayude a conseguir un trabajo y poder mudarse. Eso mejoraría notablemente su calidad de vida y la de sus hijas, en especial la de Nahiara.

Sobre la discapacidad de la pequeña, Vilma explica que tiene una parálisis cerebral con hipotonía muscular por “asfixia grave en el parto”. Cuenta, además, que en diciembre próximo Nahiara cumplirá 13 años y que necesitará una silla de ruedas motorizada: “Eso le garantizaría independencia. Estoy esperando que la obra social me la cubra en algún momento", expresa con preocupación.

Al mismo tiempo, detalla que, aunque no obtuvo la cobertura para la silla motorizada, la prepaga de Nahiara le facilitó la presencia de un acompañante que no sólo concurre con ella a la escuela n°33, sino que, además, en caso de que Vilma consiga empleo, podría quedarse con la niña “unas 8 o 9 horas diarias” que le permitirían a la mujer ir a trabajar.

En este tramo de la conversación, Vilma explicara, además, que el vínculo tortuoso que mantenía con su ex marido involucraba, también, malos tratos a sus hijas. Con un gesto de dolor, explica: “a veces mi ex agarraba a mi hija menor de escudo y le decía ‘¿No ves Nahiara, mamá no me quiere? ¿No ves que mamá no me quiere besar? ¿Viste lo que me hace mamá?’”, Yo me preguntaba ¿por qué la tiene que tomar de escudo a la nena?”. Y cuenta que a raíz de las cosas que vivió la niña “sufrió traumas muy graves y una gran depresión”, porque “más allá de que no puede hablar por su discapacidad, ella percibe absolutamente todo”, afirma. “Cada vez que presencia alguna discusión que yo tengo con su hermana, mueve las manos como diciendo ‘basta’. Está traumada con los gritos y las peleas, quedó muy marcada”, describe.

NECESIDAD. Vilma necesita muchas cosas. La primordial –según dice una y otra vez- es trabajo y un nuevo hogar. Pero, hasta que eso suceda, le preocupa que su casa actual esté plagada de humedad y que no tenga calefacción. “Yo instalé una estufa pero no anduvo”, describe.

Al mismo tiempo, cuenta que en las últimas semanas recibió algunas donaciones de ropa, por lo que su interés está puesto en la silla eléctrica para la pequeña. Mientras tanto, está a la espera de poder reunir dinero suficiente para viajar a Bariloche a firmar los papeles de su divorcio: “para divorciarme legalmente tengo que viajar y no puedo por una cuestión económica y porque si voy a Bariloche tengo que ir a un hotel, no pienso ir a la casa de él”, explica. Y hay firmeza en esa frase. Es la casa de “él”. No es más la suya, ni la de sus hijas.

Desde aquel 7 de febrero en que Vilma llegó a La Plata, supo que las cosas no resultarían sencillas. Pero, aun así, no se da por vencida. Sentada en un sillón, abre grandes sus ojos celestes y sentencia: “Yo estoy decidida a quedarme acá. La tranquilidad no tiene precio. No importan las cosas económicas que me falten. La tranquilidad es inexplicable”.