Crónica de un niño solo

Viernes 29 Marzo, 2024

Crónica de un niño solo

Martes 18 de Julio de 2017 2

La presencia del Polaquito en los medios intrusa una realidad tan evidente que parece invisible. Opinan los filósofos que hay dos dimensiones que los hombres no pueden percibir: la inmensidad y la pequeñez. ¿A cuál de ellas pertenece la historia del Polaquito?

Presentado a modo de ejemplo de lo que está efectivamente ocurriendo con parte de la infancia en las grises calles de un conurbano que crece al ritmo del intervalo entre la esperanza y desesperanza social, el Polaquito es la multiplicación platónica de un chico y su universo desolado.

Dos lecciones recientes acontecieron como una sublevación contra el sentido común. La del papá de Agustín, un chico de tres años que fue muerto de un balazo y la del papá de Emma, la chica que padeció el femicidio en Punta Lara. En ambos casos, los padres mostraron una comprensión por los victimarios que dejó acorralados a los cultores del garrote.

Detrás de sus dichos se esconde la sabiduría de quien conoce las esforzadas implicancias de luchar para no ingresar en el seductor mundo del delito. Lo hacen menos por reprimir una revancha natural, que por una extraordinaria voluntad de pertenecer, aunque sea marginalmente, a una sociedad que apenas admite a los pobres, siempre y cuando sean intensamente mansos, tranquilos y barata mano de obra.

Así, desde su intuición e inocencia, ambos papás sellaron la suerte de una nota que no pudo extenderse más allá de su condolencia. En el profundo dolor de perder un hijo, dijeron más de la sociedad y acerca de la ausencia del Estado que de los asesinos.

Fueron al hueso del asunto. Y mordieron fuerte. En tanto la sociedad admita la pobreza como parte del paisaje urbano, la fábrica de asesinos siempre producirá más soldados que las conscripciones policiales.

Nadie puede irse de un gobierno de 12 años, dejar un 30 por ciento de pobreza y declamar que su proyecto fue la distribución de la riqueza. Falta ahí la palabra “fracaso”. “Nuestro proyecto de distribución de la riqueza fracasó estrepitosamente”, deberían decir.

Son los 12 años con los que cuenta el Polaquito, tan experto en armas como otro de su edad lo es en la formación del Barcelona o en la música de Justin Bieber, los que lo hacen diferente. Y su desfachatez, que se parece tanto a la impunidad o la inocencia.

Despacito, el chico se va convirtiendo en un monstruo urbano. Infante e hijo de un padre preso por asesinato, concubino en una casa que habita con 23 personas, el Polaquito no canta cumbia, es el protagonista de esas músicas agoreras y desafinadas. Acaso no tan despacito, porque su futuro seguro es el infierno de la bala precisa o la intoxicación del paco nevado.

Mientras llueva, las calles de barro serán solo fango. Eso es inevitable.

En el film de Leonardo Favio al que hace alusión el título de esta nota (1965), Polín abandona el reformatorio para recorrer la calle. Sobre la historia, el propio Favio dijo que la vida de Polín no era en sí una vida triste, porque no conocía otra vida que la del orfanato. Las formas de la tristeza y de la felicidad son, además de subjetivas, extraordinariamente confusas. Un chico puede matar por la sola razón de no sentirse tan solo. Por lo pronto, ya está en la prensa.

 

(*) El autor del artículo es consejero general de Cultura y Educación