La cordillera anodina

Martes 07 Mayo, 2024

La cordillera anodina

Miércoles 23 de Agosto de 2017

El cine argentino se inflama. En lo que va de 2017, se proyectaron 61 largometrajes. No es poco. Lo cierto es que los directores reciben un apoyo financiero importante, como consecuencia de las inversiones de empresas nacionales y extranjeras, además del INCAA. No es el óptimo nivel, pero le permite alcanzar un parcial de producciones inusual en la historia del séptimo arte nacional.

Pero cuando el cine argentino se inflama provoca desatinos. Se desconcierta. Empieza a dar rienda suelta a ideas que pretenden ser profundas y, a la vez, taquilleras. Un coctel soso que redunda en un primer estertor de espectadores que se encarga de criticar ácidamente la profundidad y a prevenir a los potenciales públicos acerca de que lo que esperan del film no se cumplirá ni lejanamente.

Por ese andarivel empieza a circular La cordillera (de Santiago Mitre). Se trata de una película encerrada en sí misma; de una cordillera circular que no tiene ni principio ni fin. Para el espectador corriente, el film transcurre con la monotonía con la que cualquier peatón puede entretenerse contando autos de color gris en avenida siete.

Está atravesada por un sinfín de temas que quedan en el aire. Están la política (algún malintencionado puede escuchar de fondo latidos funestos y no tan lejanos), las contradicciones de la condición humana y la perversidad. Ninguna de estas facetas alcanza un climax memorable, ni siquiera recordable. Así como contar los autos grises que pasan aburre, así aburre la película.

Al principio, los espectadores suponen que se perdieron de algo, que se adormilaron, que se desprevinieron, pero no es así. El comentario general a la salida del cine demuestra que la que se olvidó de ese “algo” no es otra cosa que la trama misma. 

Ricardo Darín se enojó por las críticas que recibió su trabajo en La cordillera. En realidad, desde las redes, los usuarios-públicos reprocharon su papel (el haberlo aceptado) y no su desempeño.

 

Darín es -quiera o no quiera- un actor popular. Un actor que aunque proponga otra cosa es siempre el muchacho-simple-porteño-sensible, con variaciones de edad, pero encerrado en ese rol. Él mismo lo propició.

 

Por eso, su descuido al promover la película resulta letal, para él y para el film. Dijo que es la primera vez que hace de malo, que es como decir que el asesino es el mayordomo.

Cuando el cine argentino se inflama, termina explotando. Y la explosión despide esquirlas inesperadas: el terror, la psicología, la política no son temas del cine argentino por tradición. Salvo que su tratamiento sea costumbrista. La prueba de ello está en la taquilla. Las ventanillas de la cordillera, en vísperas de la primavera, se congelan demasiado rápido.