El bar de Obdulio: Netflix o el manicomio

Viernes 29 Marzo, 2024

El bar de Obdulio: Netflix o el manicomio

Domingo 24 de Septiembre de 2017

El bar de Obdulio no tiene nombre, o mejor dicho sí: sus parroquianos lo llaman como al dueño. Quien harto de las disputas que a diario ocurren en el salón pronto deberá tomar una decisión irrevocable.

Por Elías El Hage (*)

La culpa la tiene el televisor, cuenta Obdulio al cronista. Desgracia que llegó para quedarse, el televisor. Mueble rectangular de poderes hipnóticos, describe, con una pantalla que chorrea sangre a través de la herida conocida como la grieta. Desde hace unos cuantos años, pues, el bar no tiene paz. Se acabó el añorado sosiego de hombres cincuentones que recalaban en el boliche para jugar al mus, tomar una copa, hablar de fútbol y otras saludables vaguedades. Cualquier cosa antes de escuchar a la esposa, a la suegra o al jefe. Pero desde que reapareció la Jefa con toda su imponente centralidad, la atmósfera está cada vez más densa, aunque viniera en onda Caperucita Roja. Ya se sabe que la señora, como la llama Obdulio, tiene sus acólitos y sus detractores. Pero lo más llamativo, al menos para la geografía del bar, es que la tirria que ella despierta superó incluso los antagonismos futboleros. La cargada del lunes al hincha derrotado quedó en una broma de jardín de infantes comparando la pirotecnia con que se sacuden los parroquianos. Y eso que ya no hay más cadenas nacionales.

La última aparición de la señora detonó el colmo de la desmesura: Rulo, el tachero que no la soporta, le tiró el pocillo de café al televisor. Erró y el proyectil fue a dar contra la pelada de Bochini estampada en la tapa de El Gráfico. El Bocha quedó magullado, aunque no así el poster de Monzón después de meterle aquella derecha asesina a Benvenutti. Es cierto que Rulo se disculpó por el exabrupto, pero desde que se largó la campaña el clima volvió a enrarecerse y mucho más cuando Obdulio supo que el fútbol dentro de poco dejará de ser para todos. Será, más específicamente, para los que garpen. Cuestión que también dividió las aguas de la clientela. Como se dividían en cada entretiempo cuando la Jefa te clavaba la publicidad del gobierno para que otra vez volvieran las escaramuzas. Ni en el descanso se dejaban de joder los chambones. Desde entonces Obdulio pensó en sacar el televisor del boliche y llevárselo a su casa. Un plasma de tamaño considerable para el living. Pero, ¿es pertinente un bar sin televisión? Y si lo hiciera: ¿no estaría cavando unas paladas más sobre la negrura de la grieta irreparable? Esto sin contar lo que pensaría cualquier futbolero de ley: ¿dónde se ha visto un bar sin una tele y sin fóbal?

Obdulio repasa mentalmente el target político de la clientela diaria: quince con la Jefa; veinte contra la Jefa, es decir con el Globo Mauri. Cuatro con Ventajita. Tres con el Florero de los documentos y los trenes. Sin encajar con nadie, un comunista que parece como salido del museo. Y él, dueño del bar y ubicado ideológicamente bajo el silogismo que concibió el gordo Soriano: “Yo nunca me metí en política. Siempre fui peronista”. Ese argumento le sirvió un tiempo para convivir más o menos pacíficamente con todo el mundo. Porque un peronista a lo Soriano es más inofensivo que un boy-scout. Pero a medida que avanza la campaña hacia octubre, la atmósfera  levantará temperatura. Ayer nomás se trenzaron el abogado del Rotary con Lucho, el diariero, precisamente por el tema del casi difunto fútbol para todos. La cosa se puso muy densa cuando  Lucho le espetó: “Vos sos tan gorila que preferís pagar el fútbol antes de que los negros puedan ver gratis el partido”. El boga reaccionó muy mal y seguro que si tenía el palo de golf se lo tiraba por el marulo.

Así las cosas, Obdulio percibe que está  en una encrucijada. Un bar sin televisión es como una pompa fúnebre sin ataúdes, le dijo su mujer, que para las metáforas no parece Borges. Además si dejara la tele en su sitio, por una cuestión de economía tendrá que elegir entre el fútbol o una variable más sofisticada y de alto riesgo. Se lo aconsejó Ismael, el único filósofo del boliche: “Poné Netflix, el escape ideal. Con series y películas a granel, ahí la grieta no entra”.

Si se anima, tal vez se convierta en el dueño del primer bar sin fútbol, sin noticieros regurgitando sangre las veinticuatro horas, sin los previsibles periodistas, cada uno vomitando la bilis del odio diario y, sobre todo, sin los insoportables spots televisivos con que los candidatos colmarán los testículos y ovarios argentinos desde el 22 del corriente hasta que comience la ansiada veda. Cinco minutos antes de que todo el mundo estalle de hastío y locura frente a la vívida insustancialidad de los mensajes en la tele. Netflix o el manicomio, evalúa Obdulio, a punto de imprimirle al bar un giro inesperado. Cacheta, su amigo de toda la vida, ya lo anotició sin anestesia: si sacás la tele te fundís, le dijo. Melancólico, el bolichero recuerda los tiempos de gloria cuando en los bares se hablaba de ideas, se chamuyaba de a dos, alguien escribía un verso en una servilleta de papel y no había otra cosa en el medio: ni la tele, ni el celular, ni la tablet, ni ese interrogante deprimente que cada dos por tres le hacen cuando se acerca a la mesa y un parroquiano de ocasión, debutante en el boliche le pregunta por la clave de Wifi. “Colgatedeesta, todo en minúsculas” dice Obdulio en tono grave, sin que se le mueva un solo músculo de la cara. Es el único gusto que suele darse con los clientes del bar. La única chistosa complicidad que todavía está a salvo de los demonios de la grieta.
 

(*) El autor del texto se define como escribidor, periodista y animador radiofónico.