"Después de subir el volcán Lanín uno ya no es la misma persona"

Miércoles 24 Abril, 2024

Carolina, la platense que cumplió el sueño de hacer cumbre en el volcán Lanín

Lunes 08 de Enero de 2018

Es una experiencia existencial que hace crecer. La inmensidad de la cordillera a los pies inspira respeto. Una vez que se hace cumbre, el Lanín no es el mismo y uno tampoco.

Por Carolina Alemán (*)
Para Infoplatense


¿Por qué uno decide de buenas a primeras escalar un volcán de cuatro mil metros de altura? ¿Cómo se entiende que una platense con cero experiencia en montaña sueñe con hacer cumbre a 1.600 km de su ciudad?

En mi caso personal, fue un largo proceso que comenzó doce años atrás, cuando dejé mi querida ciudad de las diagonales detrás de un proyecto familiar para vivir en el sur del país. Fue llegar a San Martín de los Andes, con mi pequeña familia, y ver el volcán Lanín imponente en medio del paisaje y quedar hechizada. Desde entonces su presencia omnipotente me fascinó y provocó una necesidad imperiosa de mirarlo, fotografiarlo, estudiarlo y desafiarlo. Pero los años fueron pasando y no se daban las oportunidades para encarar su ascenso.

Mis hijos eran chicos, no tenía tiempo de entrenar, no contaba con equipo ni conocimientos. Cada año que pasaba se me escapaba de las manos. Hasta que en la primavera del 2017 se empezó a vislumbrar una posibilidad concreta. Nos reunimos un grupo de compañeros de trabajo de entre 30 y 50 y pico de años con diferentes objetivos y estados físicos y nos propusimos ascender el Lanín a fin de año. Se fueron dando las cosas de forma natural: amigos que se incorporaban, otros que dudaban o se bajaban y un par de guías que se comprometieron con nuestro proyecto y nos generaron mucha confianza.

Así empezó esta aventura grupal con el apoyo incondicional de nuestras familias. Hago hincapié en dos puntos fundamentales: la fuerza del grupo fue el motor de esta aventura y nuestras familias, el alimento necesario para lograrlo. Nuestros fines de semana se llenaron de nombres de senderos, cerros y largas caminatas. Llovizna, viento, frío, nieve y atisbos de sol: ninguno fue obstáculo en nuestro entrenamiento.

Cada cruce a Chile le guiñábamos el ojo al volcán en el paso internacional Tromen-Mamuil Malal y volvíamos con toda una serie de equipos e indumentaria deportiva fascinante: botas de trekking, cubre pantalones, mochilas gigantes pero muy livianas, bastones, guantes, bolsas de dormir diminutas. Un modelo de shopping diferente al conocido. Intentamos mejorar nuestra alimentación: reducir las harinas, el alcohol y los dulces. Tomar mucho líquido, ingerir frutas, proteínas y la semana previa al ascenso, hidratos de carbono para tener más energía.

A medida que se acercaba la fecha, la ansiedad crecía junto con el entusiasmo. Buscamos subir cerros más altos, recorrer sendas más largas. El windguru pronosticaba un clima difícil para ese fin de semana. El jueves anterior nos reunimos a chequear equipos con los guías y definir el “día D”, en función de las lluvias y vientos que se presagiaba. Con inteligencia, los guías decidieron correr la fecha del sábado 16 de diciembre al domingo 17 para llegar al refugio y el lunes 18 hacer cumbre con un día de sol con poco viento.

¡La noche anterior el chat de “Proyecto Lanín” explotó! Ya estábamos a horas de llevar a cabo nuestro sueño. Así, 7 AM nos encontramos medio dormidos, pero con una sonrisa inmensa en el supermercado De la Vega para iniciar la travesía. Entre mates, bostezos y expectativas llegamos en tres autos al puesto del guardaparque del Parque Nacional Lanín, junto al Paso Tromen. Nos registramos, bajamos las mochilas y les cargamos las bolsas de comida comunitaria, los cascos, piquetas y grampones.

Desafiante, en medio de un cielo infinitamente celeste nos esperaba nuestro volcán: un gigante dormido de 3.776 m.s.n.m. cubierto de nieve. Nos calzamos las mochilas y comenzamos a caminar en medio del bosque de lengas y araucarias. Media hora después nos encontramos haciendo equilibrio por la zigzagueante espina de pescado que desemboca en una senda de piedras de acarreo. Los diez kilos encima se sienten en cada paso y el calor también nos molesta. Un par de cóndores nos vienen a visitar, vuelan en círculos sobre nosotros y se dejan fotografiar tímidamente. Cada tanto alguna flor se asoma en medio de las piedras volcánicas impadiosas. Todo nos emociona a nuestro paso. Ya nos queda poco para llegar al refugio y el lago Tromen se puede ver inmenso y de un color turquesa increíble. Al mediodía llegamos al refugio que para varios de nosotros resulta ser una primera meta conseguida. ¡La vista es fantástica! Nos tomamos unos minutos para abrazarnos, largar la mochila y elongar. Los guías nos preparan una picada de fiambres, pancitos, rúcula, palta y varias exquisiteces más. Nos recomiendan dormir un par de horas, pero para algunos la ansiedad no afloja y nos dedicamos a recorrer la zona, sacar miles de fotos y a descargar un poco de adrenalina.

A media tarde, nos llevan al glaciar para practicar el uso de los grampones y cómo frenar con la piqueta. Ganamos confianza con estos elementos (desconocidos hasta el momento). Pasan las horas y se nos hace la hora de cenar y, obedientes, nos sentamos dentro del domo comedor en nuestros lugares deleitándonos con los fideos más ricos de nuestra vida con salsa, crema, queso y un vasito de vino para brindar por este momento único. Ocho de la noche, pleno día en el verano austral, pero debemos dormir porque a las 2 AM nos despertaremos para iniciar el ascenso a la cumbre.

Imposible pegar un ojo: tenemos el equipo ya cargado en la mochila, la alarma cronometrada en el celular, la panza llena, el corazón contento, pero seguimos a 200 pulsaciones. Es momento de relajarnos. Compartimos una petaca de Baileys y nos ponemos a cantar como adolescentes en viaje de egresados. De a poco nos vamos serenando e intentamos descansar. Pero a la una de la madrugada ya estamos despiertos, cambiados y listos para desayunar y cumplir con nuestra meta. Esta etapa es la más exigente y requiere de toda nuestra concentración.

Subimos callados hasta el refugio del C.A.J.A, (Club Andino Junín de los Andes) ubicado a los 2.600 m.s.n.m. Allí nos ponemos los grampones y comenzamos caminar sobre la nieve. En medio del silencio y de los primeros albores del amanecer, nuestras mentes vuelan, trabajan a mil. Los guías nos dan ánimos y nos advierten que la cabeza puede jugarnos una mala pasada. Tratamos de enfocar nuestra atención en acompañar nuestros pasos con la respiración. Tomar aire y exhalar, caminar despacio, pero a un ritmo parejo. Amanece y la postal es única e inolvidable. Desde este punto, logramos observar a los volcanes Llaima, Quetrupillán, la laguna Huaca Mamuil, y las conformaciones pétreas conocidas como “La Peineta” y el “Colmillo del Diablo”.

Amanece, y la sombra del Lanín se refleja sobre el Villarica y forma un prisma gris azulado sobre el humeante volcán chileno, formando una imagen mágica. Nos tomamos unos minutos para descansar, tomar agua y evaluar el estado general del grupo. Estamos a 3.200 m.s.n.m y el cansancio nos acecha. Es hora de tomar una decisión personal: seguir o bajar. La solidaridad en la montaña es esencial: debemos pensar en el bienestar del grupo. Las quejas se callan, el dolor se supera y los más fuertes nos cuentan anécdotas o cantan para darnos ánimos. Un par de compañeros deciden bajar. Aplaudimos a nuestros pares que tomaron una valiente e inteligente decisión.

Nos espera la canaleta: una pared de hielo infinita, surcada por pequeños contingentes de personas que avanzan en cámara lenta. El frío y el miedo nos obligan a abrigarnos e intensificar la marcha. Pasito a pasito vamos avanzando, piqueta en mano, guantes, gorro, casco y un poco de nauseas también. Faltan 200 metros que parecen interminables. De golpe una mezcla de felicidad inmensa nos invade: estamos a punto de conseguirlo. Se me cierra la garganta de la emoción. “La cumbre es de Uds. ¡Vayan por ella!”, nos gritan los guías. Queremos salir corriendo cuesta arriba, pero el aire no nos alcanza. Llantos, abrazos, gritos y emoción. ¡Llegamos!!! Impresionante la vista desde la cumbre. En la cima giramos 360º, observando los volcanes Villarrica y Mocho hacia el lado de Chile. Al sur vemos el cerro Tronador, el Puntiagudo y, en la lejanía, el volcán Osorno. Hacia el norte, contemplamos el volcán Llaima y, más abajo, el cerro Peineta. Desde la cima, los lagos Tromen, Huechulafquen y Paimún parecen ser apenas unos charcos de agua. Una tranquilidad y una armonía sin igual nos invaden cuando reaccionamos: estamos en lo alto de la Patagonia. Yo no puedo parar de sonreír. Soy inmensamente feliz. No sólo porque pude cumplir con una meta, sino por todo lo que aprendí. Cuando uno explora la cima de una montaña, en realidad se está explorando a sí mismo. Y es así: descubrir que uno siempre puede un poco más, que no hay que desesperar. Todo llega en el momento que debe llegar. La mochila que llevamos siempre debe tener lo indispensable. Lo que pesa y no suma, se deja atrás.

Cada uno de mis compañeros y guías de montaña representó un punto de apoyo en este desafío. Sin ellos, no había chances de llegar. Es una experiencia existencial que me hizo crecer. Dimos todo y nos probamos a nosotros mismos, por eso ahora, el volcán ya no es el mismo y nosotros tampoco. Lo hemos desafiado con respeto y la experiencia nos ha marcado para siempre.

 

(*) Carolina Alemán es licenciada en marketing. Se fue a vivir al sur con su familia y desde que llegó quedó impresionada por ese gigante de piedra y hielo. Cumbre del Volcán Lanín, Neuquén, Patagonia Argentina,18 de diciembre de 2017.