Martes 22 de abril de 2025
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Devaluación, cepo y FMI: Milei apuesta todo mientras los precios se recalientan y los bolsillos se vacían

En una semana marcada por anuncios que remueven los cimientos del esquema económico vigente, el gobierno de Javier Milei decidió avanzar con una nueva devaluación del 30% del peso, levantar parcialmente el cepo cambiario y aceptar las condiciones impuestas por el FMI para acceder a un nuevo préstamo de USD 20.000 millones. El impacto ya empezó a sentirse: la inflación de marzo fue del 3,7% y los analistas advierten que el número de abril será aún más alto.

El levantamiento del cepo anunciado para el 15 de abril llega acompañado de una flotación administrada del dólar entre bandas de $1.000 y $1.400. Aunque se libera el acceso al Mercado Libre de Cambios (MLC) para personas humanas y empresas, muchas restricciones siguen vigentes. Las percepciones impositivas sobre compras con tarjeta en dólares no se eliminan, y para acceder al giro de utilidades habrá que esperar a balances de 2025.

¿Qué significa esto en la práctica? Que se podrá comprar dólares a través de home banking o casas de cambio sin tope ni justificación de ingresos, pero seguirán vigentes los recargos del impuesto PAIS y la percepción de Ganancias para consumos con tarjeta. Es decir, el “cepo” se flexibiliza, pero no desaparece del todo.

El gobierno apuesta a que este nuevo esquema incentive la liquidación del agro, especialmente en plena cosecha gruesa, y genere un shock de divisas que alivie la presión sobre las reservas. Pero la devaluación tiene efectos inmediatos: mayor inflación, pérdida del poder adquisitivo y nuevos desafíos para contener una economía que no encuentra piso.

Un déjà vu con sello libertario

Lejos quedó la promesa de Milei de no devaluar ni tocar el tipo de cambio. También, la ilusión del “superpeso” y del camino hacia una dolarización sin sobresaltos. El propio presidente y su ministro de Economía, Luis Caputo, desestimaron durante meses los análisis que anticipaban este giro, calificando de “econochantas” a quienes cuestionaban el modelo. Hoy, esos mismos pronósticos se convierten en hechos consumados.

La presión del FMI fue clave. El nuevo programa exige metas clásicas: ajuste fiscal, privatizaciones, reforma jubilatoria, acumulación de reservas (USD 4.500 millones para junio) y un esquema de flotación cambiaria, impulsado internamente por Federico Sturzenegger. Con este combo, Milei rompe otro de sus dogmas económicos y se expone a un escenario aún más frágil: alta inflación, dólar volátil y salarios que corren desde atrás.

El dólar, en el centro de la escena

El nuevo régimen cambiario pone al dólar en el centro de todas las miradas. Desde este lunes, se espera una suba del tipo de cambio que podría alimentar aún más la inflación. Economistas como Ricardo Delgado ya advierten que “es difícil que la inflación de abril esté por debajo de la de marzo”, y que si el dólar escala cerca de los $1.400, el panorama puede tornarse muy complicado.

En ese contexto, el Gobierno intentará mantener el control cambiario sin reservas suficientes. Las restricciones se alivian, pero no se eliminan del todo. Por eso, mientras Caputo habla de “normalización financiera”, los mercados miran con cautela y los consumidores, con preocupación.

Impacto en el bolsillo y clima electoral

La suba de precios no da tregua y el golpe al bolsillo es directo. Los salarios siguen detrás de la inflación, y el Gobierno enfrenta una prueba política clave el próximo 19 de mayo, cuando se vota en la Ciudad de Buenos Aires. Allí, Milei disputa liderazgo dentro de la derecha con Mauricio Macri, en un escenario interno cada vez más tenso.

La derrota anticipada en Santa Fe, donde el oficialismo reconoce que Maximiliano Pullaro ganará sin dificultades, evidencia un malestar que crece en las provincias. Decisiones como no cerrar alianzas estratégicas con figuras como Amalia Granata, o marginar a referentes como José Luis Espert, reflejan los errores políticos de Karina Milei en el armado territorial.

¿Y ahora qué?

Con una segunda devaluación en menos de seis meses, una inflación que vuelve a escalar y un país con la infraestructura pública en abandono, el Gobierno intenta ganar tiempo. Tiene los dólares del Fondo, las tasas en alza para tentar a quienes aún apuestan por el peso, y la esperanza de una cosecha que derrame. Pero la paciencia social es limitada.

En la calle, los argentinos sienten que rebotan como un auto viejo en una calle poceada. Mientras tanto, el Gobierno improvisa sobre la marcha, deja atrás dogmas como quien tira lastre en un globo que pierde altura, y apuesta todo a una estabilidad transitoria. ¿Alcanzará para llegar a octubre sin otro cimbronazo?

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