San Cayetano, barrio de trabajadores inmigrantes, casas de techos altos, pelopinchos y ningún servicio

Domingo 05 Mayo, 2024

San Cayetano, retrato de uno de los barrios humildes de la periferia platense

Lunes 23 de Enero de 2017

Gente "de obra", devotos, organizados. Son más de 300 familias que levantaron sus casas en Romero.

“Jamás dejaré de entregar lo mío a los necesitados, hasta que no tenga ni un metro para mi tumba”, decía San Cayetano, el Patrono de los necesitados, al que se le rinde devoción los 7 de agosto de cada año, para pedir que nunca falte casa, vestido y sustento. El nombre del asentamiento comprendido entre 167,163, 526 y 528, es una pequeña licencia que se tomaron sus ocupantes. En rigor, el 6 de agosto de 2011, las primeras familias ya habían amanecido en los terrenos.

Personas desocupadas, viviendo en casas de familiares, conocidos, alquilando cuartos maltratados a precios impagables, hacinados con sus hijos en conventillos del siglo XXI calurosos e inseguros. Allí surgió la necesidad; la oportunidad fueron ocho hectáreas de terreno en desuso en Melchor Romero. Los primeros llegaron todos juntos, una noche, y dividieron el espacio. Las demás familias se instalaron después, no tan de a poco, para construir San Cayetano, uno de los 129 asentamientos que convierten a La Plata en la capital provincial de las villas, según un informe elaborado por la Provincia de Buenos Aires que se conoció la semana pasada.

La mayoría son bolivianos y paraguayos. Se les nota en la tonada y también en la forma de construir sus casas: altas, de loza, con escaleras por fuera, entradas generosas, ladrillos huecos. Así se ve el barrio ahora, seis años después de la toma y con mucha lucha en el medio, frenando desalojos.

En 2011 no había luz ni agua; el baño era "la bolsita" con la que juntaban los desechos para arrojarlos a la basura. Así lo cuenta a Infoplatense Patricia (32), una de las primeras ocupantes. Es bajita y fibrosa, con modos delicados y una tonada algo desdibujada entre boliviana y platense adoptiva. "Pato" trabaja como empleada doméstica y su marido Leonardo (34) trabaja en "la obra", como el 90% de los que viven allí. "Acá queremos pagar y vivir bien, no vivir gratis. Pagar te da derechos para exigir", aclara. Y explica que la enoja y la ponen mal los comentarios de aquellos que le dicen que la están manteniendo con sus impuestos: "Les ofrezco que vengan a vivir un día acá. No vivimos bien, es todo precario. Preguntale a cualquiera del barrio si no quiere pagar y vivir mejor; van a sacar de donde puedan para hacerlo. Si el Estado viniera a hacerse cargo, la voluntad de los vecinos está".

Llegó a Jujuy en 2006 a probar suerte con su esposo y su hija Belén (11), en ese entonces una bebé que padecía de un soplo en el corazón. "En Jujuy me dijeron que venga a curarla a La Plata", recuerda. Alquilaron una pieza en 25 y 526, Tolosa, pero era muy cara y vivían mal. Compartían el baño y el patio con otros inquilinos que alquilaban piezas en el mismo terreno. "No podía dejar salir a los nenes porque les pegaban los otros chicos así que los tenía encerrados enganchados a la tele o a un libro; cocinaba con todo cerrado, pasando calor. Y no era barato", detalla, mientras espanta a los perros que revolotean.

Así estuvieron hasta que apareció la oportunidad de irse a Romero. La calidad de vida no es mucho mejor pero ahora sus hijos, Belén y Matías (4), pueden salir a jugar, tienen amigos y hasta mascotas. La casa fue construida por partes, agrandando a medida que se podía, con dos pisos y una cocina ventilada. Los golpes de tensión les queman los televisores y electrodomésticos regularmente. Aceptan resignados las reglas del juego de vivir en un barrio tomado y sin la contención del Estado; y vuelven a conseguir una TV que aguante hasta el próximo mes.

Hace poco más de un año tienen agua, aunque con baja presión. Pagan 220 pesos mensuales a la cooperativa de agua de Romero, después de haber costeado con sus ahorros los caños y haber realizado cada vecino el zanjeo frente a sus casas. Las cloacas son un sueño lejano cuando aún usan los pozos ciegos.

En 2013, luego de frenar varios desalojos por la denuncia de los particulares dueños de los terrenos, lograron la Ley de Expropiación 14535. Pasaron ya casi 4 años de los 5 que tiene el Estado para pagar las tierras. Ahora están en un limbo, con la meta casi inalcanzable de la urbanización. La Provincia dice que no puede hacer nada hasta no tomar posesión con el pago de la deuda pero los abogados que representan a las familias de San Cayetano aseguran que una vez promulgada la Ley, el gobierno ya es poseedor de los terrenos.

Mientras tanto, el asentamiento no tiene sala de salud, ni asistencia de ningún tipo; las calles son intransitables aún en un buen día de sol. Los pozos son demasiado profundos y algunos los tapan con escombros. Si llueve, el barrio queda sitiado. Tampoco entra el camión recolector de basura pero San Cayetano está más limpio que cualquier calle del centro platense: "No sabés lo que nos costó educar a cada vecino para que camine con las bolsas de basura hasta 167 y 526, donde sí pasa el camión. Pero lo logramos", cuenta Patricia.

La salita de salud más cercana está a unas 15 cuadras, demasiado ante una emergencia. Lo mismo sucede con las escuelas. La N° 13 o la N° 39, de la zona, están colapsadas. Muchos chicos se toman el colectivo y, si tienen suerte, pueden estudiar en el centro. Los más pequeños, sin embargo, es casi imposible que asistan al jardín.

En una gran manzana hay un arco de fútbol, un pasamanos y un subibaja. En una de las esquinas, un centro cultural de madera, con un agregado de cemento que fue pensado como "cuarto oscuro" cuando se realizaba en el lugar un taller de fotografía. El lugar también se usó para dar la copa de leche hasta noviembre del año pasado, cuando la Provincia dejó de enviar la mercadería que mandaba mensualmente: aceite, harina, leche en polvo, azúcar. Además, se dan clases de apoyo escolar aunque Patricia dice que necesitan más voluntarios, universitarios y docentes. El Fines también tuvo acogida: este año terminan el secundario, con mucho esfuerzo, diez mujeres de San Cayetano.

Todo comenzó hace más de cinco años. Los habitantes del asentamientos ya están cansados de pelear y desmotivados. Patricia les ha pedido incontables veces la fotocopia del documento para trámites que quedaron en la nada. Ya ni a ella le creen. El Estado no ha logrado expulsarlos pero sí desorganizarlos a fuerza de vueltas burocráticas y portazos en la cara. La Justicia no se hace cargo de su rol; los partidos políticos aparecen un día antes de las elecciones, con una máquina para emparejar la calle, y ya no vuelven; la delegación de Romero dice que no tiene siquiera una pala. Mientras tanto, las construcciones avanzan, las casas mejoran y los chicos crecen. Para catastro, la zona sigue siendo una chacra de ocho hectáreas pero al caminar por 527, la "calle inexistente", hay almacenes, un taller mecánico y decenas de casas en plena obra, la gran mayoría con la pelopincho llena.