Roblox se instaló como uno de los fenómenos más potentes del universo gamer: supera los 118 millones de usuarios activos por día y cuatro de cada diez jugadores tienen menos de 13 años. Esa masividad, que lo convirtió en un espacio central para la socialización digital de las infancias, hoy choca con un escenario inquietante: denuncias de grooming, adicciones, manipulación emocional y un ecosistema económico pensado para mantener usuarios cautivos. En la Argentina ya hubo casos, y la preocupación escala al ritmo de los números: de 650 denuncias en 2019 se pasó a 24.000 en 2024.
La alarma llegó al Estado. El Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires decidió bloquear el acceso al videojuego en todas las escuelas porteñas —públicas y privadas— tras un caso de grooming que involucró a estudiantes. Córdoba adoptó la misma medida y otras provincias evalúan su propio camino. La decisión apunta a proteger a los alumnos, pero abre un debate más profundo: ¿alcanza con prohibir?

Argentina: casos que exponen el riesgo real
El problema no es teórico ni se limita a jurisdicciones lejanas. En Río Negro, un niño de nueve años fue contactado por un usuario que le ofrecía monedas virtuales a cambio de fotos íntimas. En Santa Fe, niñas fueron derivadas a grupos de mensajería con contenido sexual explícito. En todos los casos aparece el mismo patrón: interacción sin verificación real de identidad, anonimato y canales privados que se convierten en un atajo para adultos con fines delictivos.

La ingeniera Alejandra Lavore Bourg, especialista en Ciberseguridad y secretaria del Consejo Profesional de Ciencias Informáticas, explica que los groomers suelen iniciar la manipulación con regalos virtuales, gestos de simpatía y conversación persistente. El objetivo es generar dependencia emocional para sacar la charla de la plataforma y pasar a WhatsApp u otras redes. Allí empiezan los pedidos de fotos, datos personales o favores que someten psicológicamente a los chicos.
Un ecosistema que combina anonimato, incentivos económicos y adicción
Roblox no es un simple videojuego. Funciona como plataforma de creación de experiencias, red social y espacio comercial. Su estructura se apoya en dos elementos clave:
- Chat y llamadas entre usuarios, sin controles estrictos sobre identidad o edad.
- Economía interna basada en la moneda virtual Robux, que se compra con tarjetas, billeteras digitales o incluso servicios de pago locales.
La lógica “pay to win” —pagar para avanzar— genera presión económica dentro del juego y promueve microtransacciones permanentes. Para los especialistas, esa dinámica estimula comportamientos adictivos, especialmente en niños que pasan más de siete horas diarias conectados, como revelan los últimos estudios de Grooming Latam en Argentina y Chile.
A esto se suma un fenómeno que en La Plata también se observa en consultas escolares: chicos que buscan “crackear” juegos para obtener ventajas o monedas. Para Lavore Bourg, esa cultura del atajo convive con la creatividad del entorno digital, pero también abre puertas a abusos cuando no hay adultos acompañando.
Prohibiciones sí, pero con educación y presencia adulta
Que los gobiernos bloqueen plataformas puede ser una señal de alerta, pero no resuelve el fondo del problema. Lo dicen especialistas en educación digital, psicología y ciberseguridad: sin acompañamiento adulto, sin diálogo y sin educación crítica, el riesgo sigue latente.
Lucia Fainboim, especialista en ciudadanía y crianza digital, sostiene que la censura puede limitar daños dentro del ámbito escolar, pero no construye pensamiento crítico. “Los chicos siguen jugando afuera, sin supervisión y sin herramientas”, advierte. La clave pasa por hablar de privacidad, de lo íntimo y lo público, de cómo funcionan estas plataformas y por qué atrapan. Muchas de estas conversaciones integran contenidos de Educación Sexual Integral (ESI), hoy con un preocupante recorte de recursos.

Desde Faro Digital, una ONG que investiga el cruce entre tecnología y educación, apuntan a una alfabetización digital que incluya afectividad, ciudadanía y comprensión del diseño de los videojuegos. “Lo virtual es real”, explica su coordinador Santiago Stura, y por eso es indispensable entender que el consumo digital influye en la autoestima, la identidad y la construcción de vínculos.
Stura agrega un dato clave: la edad de ingreso a los videojuegos bajó drásticamente. Donde antes el promedio era de 9 o 10 años, hoy el inicio se sitúa entre los 5 y 6. Y con esa temprana incorporación también llegan las lógicas de transacción económica, gratificación inmediata y frustración que moldean el comportamiento futuro.
Señales de alerta y cómo actuar
La psicóloga Daniela Gasparini advierte que bloquear no es prevenir: “Si no generamos conciencia, información y herramientas emocionales, todo queda a mitad de camino”. La detección temprana es fundamental. Las señales pueden ser:
- Cambios abruptos de humor
- Aislamiento
- Irritabilidad
- Conexión excesiva
- Secretos sobre lo que hacen en línea
Si se sospecha una situación de riesgo, no borrar mensajes ni confrontar al agresor. Es central denunciar. Las líneas de atención disponibles en Argentina son el 137, 102 y 145.
Gasparini reclama una política integral que incluya ESI actualizada, profesionales de salud mental en las escuelas y fiscalías especializadas en delitos digitales.
Presencia adulta: la barrera más efectiva
Roblox, como otros espacios digitales, combina creatividad, aprendizaje y diversión. Pero sin acompañamiento, se transforma en terreno fértil para abusos. Los especialistas coinciden en un enfoque que atraviesa hogares, escuelas y políticas públicas: diálogo permanente, educación temprana, límites claros y adultos informados sobre lo que ocurre en esos espacios virtuales.
En un contexto donde las infancias pasan buena parte de su tiempo en entornos digitales, el desafío consiste en proteger sin aislar, comprender sin demonizar y acompañar con una mirada crítica pero respetuosa. En definitiva, fortalecer la presencia adulta —en casa y en la escuela— sigue siendo la herramienta más poderosa para cuidar a los chicos de los riesgos invisibles detrás de la pantalla.


